Serio, metódico, riguroso en sus alusiones argumentales, con un tono firme y una mirada serena que reparte entre el público con gesto confiado. Alejandro Pérez, estudiante de Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, venció ayer en el Torneo de la Fundación Española de Debate Jurídico que se celebró en el Congreso de los Diputados y que cerraba la temporada.

Le ganó la muy disputada final a su compañera de universidad Nazaret González, más expresiva, vehemente, correosa, con un toque ácido cuando de lo que se trata es de rematar al adversario. Más del gusto de las audiencias televisivas.

Pesaron más en el jurado los argumentos jurídicos y quizá menos la puesta en escena. Probablemente porque el tema que debatir no era nada sencillo: la extinción o no de la responsabilidad penal de las personas jurídicas tras su disolución. Y es que las empresas y asociaciones, así como el resto de entidades jurídicas, también pueden ser condenadas por cometer un delito desde que se modificó el Código Penal en el año 2010. Pero, ¿dejan de ser responsables desde el punto de vista penal cuando desaparecen?

El asunto puede parecer muy sesudo para los estudiantes universitarios, y abordarse como tal, pero el debate debe hacer sencillo lo complejo, sin olvidar la solidez de los argumentos. “Al igual que cuando una persona muere se extingue su responsabilidad penal, debe suceder lo mismo cuando se produce la disolución o muerte legal de una empresa”, argumenta Alejandro. “Si la disolución de una empresa termina con su responsabilidad penal estamos dando una carta de absoluta impunidad a los administradores, que pueden poner fin a la responsabilidad de una entidad jurídica con el sencillo acto de disolverla”, contraargumenta Nazaret. Los tribunales todavía no lo han resuelto.

Es el complejo arte de la oratoria. El que se utiliza un día sí y otro también en las salas de prensa y en el hemiciclo del mismo Congreso donde los estudiantes aluden a la figura del legislador como un ente abstracto y omnicomprensivo. El legislador. Ese señor o señora que, al menos en los últimos años, legisla más bien poco y dedica la mayor parte del tiempo a arrogarse los méritos de los deméritos contrarios. Claro que, como en la conducción de vehículos, en la oratoria los malos vicios se asumen con el paso del tiempo.

El trofeo de la competición individual se lo llevó la Carlos III de Madrid y el máximo galardón de equipos la Universidad de Salamanca, más firme en su defensa colectiva.

El estilo del ganador, más riguroso y reflexivo, venció al más correoso y vehemente de su rival en la final.

En los torneos impera la deportividad y el buen tono, pero no faltan las pullas y las descalificaciones. Son las herramientas de la oratoria. Las que hay que usar con pericia para desmontar al adversario aunque, eso sí, sin abusar para no hacerse antipático. Al fin y al cabo es la cantera de la oratoria española.

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Publicado en La Vanguardia el 13 de julio de 2019

Publicado en La Vanguardia el 13 de julio de 2019